
Durante mucho tiempo se acostumbró a hacer el amor a oscuras, casi a tientas. Y es que su ansiosa curiosidad decidió prender la luz y desafiar al espejo que la observaba cada noche en su cuarto. Su reflejo la ayudó a desnudarse lentamente para que su cuerpo se dejara desear. Recorrió sus líneas sinuosas e infinitas de su espalda. Bebió de su ombligo para detenerse y observar con lascivia su sexo arbolado durante unos segundos. Extasiada, se giró para contemplar el cuerpo que había descuidado durante tantas noches en una irracional penumbra. Y, en ese instante, ninguno de las dos volvería a apagar la luz por mucho tiempo.